Urdaibai Reserva de la Biosfera » Arquitectura » Arquitectura Civil » Arquitectura popular » Caseríos » Evolución histórica » El caserío en los siglos XVIII-XIX.

En el valle de Oma, de Kortezubi, destaca por su gran volumen edificado y excelente construcción el caserío Omagoieazkoa: una granja unifamiliar de tres plantas que suman 1.100 metros cuadrados de superficie útil. Es un soberbio caserón de piedra con muros de mampostería y esquinazos de sillería, que lleva el trabajo de cantería a su máxima expresión de calidad en la ejecución de la fachada principal, en la que la planta baja se apareja con sillares de caliza gris abujardada y en las superiores este mismo material se alterna en el recerco de vanos con magníficas piezas de jaspe rosado procedentes de las vecinas canteras de Ereño o Gautegiz Arteaga.

La casa está dividida transversalmente en dos mitades por un sólido muro de carga que separa el área de vivienda de la zona trasera dedicada a establos y pajar. En este medianil se encastran cuatro pesebres dobles en arcosolio, situados simétricamente a los lados de un gran portón de dintel adovelado.

La estructura portante se completa con pies derechos superpuestos, coronados por zapatas, que reciben a las carreras del forjado y sobre los que descansan en última instancia las correas superiores la armadura de cubierta y el tirante en el que se asienta el mozo de cumbrera. La techumbre tiene dos correas por faldón y las laderas descansan sobre caballos inclinados, que atan los pies derechos con las zapatas de coronación de muros. El tejado es de doble vertiente con cola de milano en el extremo posterior.

Caserío Omagoieazkoa
El caserío Omagoieazkoa combina sabiamente
en su fachada la piedra caliza gris, con la
caliza roja y el color blanco de los muros
encalados. Sus atributos parecen impropios
de una auténtica vivienda campesina:
simetría, solidez y sobria elegancia de
sabor clasicista.

Omagoieazkoa lleva a sus últimas consecuencias las propuestas del tipo clásico vizcaíno barroco con soportal de arco, sin innovar, pese a lo tardío de su fecha de construcción y al obvio esfuerzo constructivo y de diseño que implica el proyecto. Su apuesta se ciñe a una fórmula de probada eficacia, que él mejora en calidad de materiales y sobredimensionado los espacios, aunque manteniéndose siempre bajo el control de las reglas de proporción geométrica.

La distribución de usos internos se ha alterado por obras recientes, potenciando los espacios residenciales en detrimento de las dependencias de carácter pecuario. Así, en la primera crujía se han tapiado los accesos a las estancias de almacenaje situadas a ambos lados del soportal y en la segunda se ha fraccionado el carrejo de vigilancia de los pesebres cediendo su amplitud a la nueva cocina; del mismo modo que un tercio de la cuadra se ha incorporado a la vivienda tras eliminarse los comederos del ganado de la mitad occidental.

El nivel de los forjados de la planta noble tiene su traducción en fachada en una imposta corrida de placa lisa y sobre él se subraya el prestigio del grupo familiar mediante un amplio balcón de forja sobre ménsulas de piedra, que servía originariamente en un salón central pero que hoy se reparte entres tres estancias independientes. La segunda crujía es un amplio distribuidor, espacioso y diáfano, en el que desembarcan las escaleras y al que se abre un arco rebajado de entrada al pajar, a través del medianil. La planta alta acoge un secadero y granero sin compartir que parece poco probable que pudiera llenarse jamás con el trabajo de una sola familia.

Aunque tipológicamente Omagoieazkoa se identifica con la inercia de los grandes caseríos barrocos con arcos, el maestro que proyectó la obra no pudo evitar delatar su pertenencia a otra época. Una placa de caliza rosa situada en la parte alta de la fachada conmemora la fecha de construcción: “POR JUAN DE OMAGOIEAZCOA SE EDIFICO EN EL AÑO 1846”. Se trata por tanto de una interpretación neoclásica de las viejas pautas barrocas, pero que sabe incorporar una organización más racional de los sistemas constructivos, mejores y más ordenados espacios residenciales y mayor luminosidad en el interior de la vivienda, lograda mediante cinco ejes de ventanas de amplios tamaño. El apego por la tipología antigua no es tanto una señal de incapacidad o conservadurismo, como una apuesta por el prestigio de las formas más suntuosas.

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