De Izaro escribió el ilustre Resurrección Mª Azkue que el nombre de la isla, en lengua vasca, quiere decir eso: isla. Merece el nombre, ya que es la más grande en extensión de nuestra costa. También es la más protegida, ya que en su parte alta anida la colonia de aves marinas más importantes de nuestra costa.
El 2 de mayo de 1422, Fray Martín de Arteaga, Juan Undabarrena, Lino de Albiz y Martin de Erkoreka, cuatro frailes Observantes franciscanos, llegan a la isla con la idea de levantar un convento. Este convento se dedicó a la observancia de San Francisco, aunque tenía la advocación de Santa María.
En 1457 visitó el convento el rey Enrique IV y Fernando el Católico lo hizo un 31 de julio de 1476.
Isabel la Católica hizo construir una escalinata en piedra de sillería hasta lo alto de la isla –donde se hallaba, y aún hoy sus restos, el convento, desde la pequeña cala al Este, se elevaron 256 escalones, de los que apenas quedan algunos desmoronados por la vertical pendiente.
Tras la visita de la reina, La Católica, que arribó a Izaro el 17 de septiembre de 1483, otros monarcas fueron manteniendo sus favores; personajes como el rey Felipe II o su esposa la reina Isabel de Valois, quien encomendaba anualmente a la comunidad hasta doscientas misas o proveía a los franciscanos con presupuestos para vestido, trigo y otros menesteres de aquél convento “capaz para veinte religiosos” por aquel entonces.
A los peligros de aislamientos había que sumar las visitas que durante años hicieron los piratas por entre costas y sus peñascos, como la renombrada incursión que nos cuenta el ataque presuntamente dirigido por Drake el 1 de septiembre de 1596. Si el ataque es cierto, no lo es el dato de Drake, que por entonces ya había muerto.
Mientras, desde Mendata, tras ser avistados los piratas dirigiéndose hacia Bermeo y Mundaka, su patrono el marquinés Gonzalo Ibañez de Ugarte, reunió cuatrocientos hombres y se dirigió hacia la villa y la anteiglesia atacadas, haciendo huir a los invasores, uno de cuyos navíos, precisamente el que saqueara a la isla desapareció misteriosamente bajo la ermita de Lamiaran, en el valle de las lamiak (brujas), frontera de las localidades atacadas.
Otros sucedidos nos van dando forma a la historia de esta isla cantábrica, como el ocurrido en el año 1600, cuando el prior quiso abrir una sepultura: provocó como un terremoto que recorrió toda la isla quedando los religiosos con sus azadas en alto.
Al parecer, San Antonio de Padua, en el siglo XVIII, también visito el monasterio de la isla, curando a enfermos y predicando, cuando vino a visitar el solar de su abuela materna, solar situado en Abiña, barrio de Sukarrieta-Pedernales.
El 17 de agosto de 1719, tras cerca de 300 años en la isla, la Comunidad realiza su traslado a la anteiglesia de Forua, tras haber logrado en años anteriores establecerse en Bermeo y Mundaka, aunque de forma provisional.
Una vez derruido el convento de Izaro sobre el se alzó una ermita dedicada a Santa María Magdalena, de la que ya únicamente restan derrumbadas paredes. Las estatuas se llevaron a la iglesia de Elantxobe.
En 1813 esta isla se usó como almacén de munición y abastos durante las Guerras Napoleónicas, así como pontón de prisioneros, cuando incluso se fortificó como abrigo baluarte.
Mas tarde, y tras la aparición del cinematógrafo, Izaro dio su salto definitivo a la fama internacional gracias a su imagen en las pantallas del Séptimo Arte, como logotipo de la empresa de distribución y producción cinematográficas de su propio nombre: Izaro Films.
Actualmente, la isla de Izaro se halla bajo la jurisdicción de Bermeo desde 1719, autoridad que se refrenda cada año a los compases de una canción a María Magdalena y arrojando una teja al mar junto a la isla, tras procesión marítima, simbolizando así el dominio y posesión que sobre ella tiene la villa marinera.
Todos los 22 de julio, Fiesta de la Magdalena, Urdaibai se viste de azul mahón para conmemorar la regata que dilucidó en aquel siglo XVIII el litigio que por la isla mantenían las jurisdicciones de Ibarrangelu (con la de Elantxobe aún bajo su demarcación), Mundaka y Bermeo, alegando todos su proximidad a Izaro (1,3 km de Laga, dos hasta Mundaka...). Se cuenta entonces que el mismísimo Señor de Bizkaia propuso la curiosa solución: ponerla a premio en una regata.
Ibarrangelu desistió en su empeño y en Elantxobe se colocó el jurado por ver quién mostraba primero el paño de color que señalaría la victoria a Mundaka o Bermeo.
En la primera de las localidades enfrentadas, la tradición afirma que fue su trainera la vencedora, pero que la muerte en accidente de uno de sus remeros bermeanos durante el reto, había hecho que los jueces, en compensación, otorgarán el triunfo a éstos últimos; y por ello que los lugareños de Elantxobe –en Mundaka- son conocidos con el sobrenombre de makueses, de malos-jueces. En Bermeo, claro, se cuentan otras historias.
Cada verano, el Día de la Magdalena, del puerto bermeano, a media mañana, salen los alcaldes de la margen izquierda hacia Izaro, a bordo de un barco bonitero, acompañados por toda una serie de embarcaciones en procesión marítima.
En la isla, y a los repetidos sones de la canción de María Magdalena, el alcalde de la villa certifica su jurisdicción arrojando una teja al mar para simbolizar que las gotas de Bermeo llegan hasta aquí; tras ello, y el izado de una ikurriña en lo alto, prosigue la procesión de embarcaciones hasta Elantxobe, donde su alcalde espera en la bocana del puerto para ofrecer su makilla al alcalde de Bermeo, quien será –hasta su vuelta vespertina- alcalde por un día de ambas localidades en las dos orillas de la cuenca de Urdaibai.
Unida a innumerables leyendas, Humbolt recogió una en su viaje por Euskal Herria. Habla de un fraile que se venía a nado hasta la costa a visitar a una hermosa muchacha. En los alrededores cualquiera se la contará.
No está permitido el acceso libre y es imprescindible el permiso del Ayuntamiento de Bermeo.
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