La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Natividad está situada en el barrio Elizalde de Murueta.
Desde finales del siglo XVI se puede rastrear el interés de las gentes de Murueta por poseer una iglesia de mayor condición que la ermita de Santa María, pero la falta de medios frenará siempre el intento. Será a finales del siglo XVIII cuando se practiquen diligencias y consultas sobre la construcción de la iglesia, concretamente en 1774, aunque los resultados no se materializaron hasta que se tuvo la capacidad monetaria suficiente. La nueva iglesia permaneció funcionando, ya como parroquia, desde 1829 hasta 1852 año en que fue trasladada la imagen de Santa María a la nueva iglesia y la ermita quedó como Campo Santo Provisional. El encargado de trazar los planos y dirigir la obra de la nueva iglesia fue el arquitecto bermeano Antonio de Goicoechea entre los años 1849 y 1852. Destacado arquitecto e ingeniero, desarrolló en la iglesia de Murueta una mezcla de elementos racionalistas, románticos y tradicionalistas que logran impregnar la rotundidad del volumen de la mágica serenidad del paisaje acolinado de la anteiglesia. Antonio de Goicoechea parte de una planta centrada cruciforme –constante en las iglesias de la zona- inscribiéndola en un cuadrado, tal y como ya había probado en Bermeo, Nabarniz y Ajangiz. La novedad que introduce consiste en que, en este caso, Goicoechea ochava la cúpula y levanta sobre ella una linterna que, junto con los vanos termales abiertos en el centro de las fachadas, consigue una iluminación distinta en el interior: “de esta guisa el aroma que se respira dentro resulta espacial y, salvando las distancias, recuerda el de algunas iglesias barrocas italianas”.
Como si de una colina se tratase, el arquitecto dispone de volúmenes exteriores –un prisma octagonal inscrito en un cubo de gruesos muros- “(...) más de cinco metros de espesor, comparable al del Panteón romano (...)”- escalonadamente. A los pies y siguiendo la tradición autóctona, se levanta la torre, sobre la portada e integrada en el pórtico; diseñándose éste último tal y como la tradición recoge: adosado a los muros perimetrales de la fachada principal y continuándose por uno de los laterales. La portada se abre bajo un alto arco triunfal de un sólo vano rematado por un frontón.
En 1854 se procede a la inspección y valoración de las obras y se registra como “(...) se hallan esportillados muchos sillares y la torre algo desplomada, así como prescindiendo de los revocados de los que carecen las bóvedas y áreas inferiores de este edifico, se nota que se encuentran ejecutadas con desigualdad (...)”. La obra se alargó en reparos y todavía en 1858 Goicoechea no había visto renumerado su trabajo. La fábrica, sin fondos para pagar al arquitecto, tendrá que recurrir al cura párroco Don Domingo Ignacio de Goitia para que anticipe el pago de los honorarios. Sin embargo, el endeudamiento perdurara y en 1863 documentamos una queja del cura párroco describiendo el estado de la iglesia y de la deuda: “El que suscribe debe hacer presentar a su VSI. que los ornamentos, vasos sagrados y demás destinados a culto se hallan en un estado lastimoso, no siendo posible por ahora atender a su reparo por falta de fondos, sucediendo lo propio con los laterales de la iglesia, pues si bien se saca a pública licitación la mitad del diezmo y el total de la primicias para pagar las obras de la iglesia de se deben aún al rematante de ella 46.768 reales con 13 maravedíes”.
La iglesia de Santa María de Murueta posee tres altares. El primero, el altar de la Epístola, fue construido hacia el año 1894 por el escultor Don Pascual Aurrecoechea, vecino de Bilbao. Tuvo un coste de 6500 reales y costeado en su totalidad por Doña Magdalena de Echeandia, propietaria del caserío Acurio-Barrenengoa. Además de la araña mayor del centro de la iglesia.
En 1896 Don Julián de Arandia, cura ecónomo, y los miembros de la Junta de la Fábrica Parroquial solicitan al Ayuntamiento que les ayude a abonar el precio de un altar nuevo, el del Evangelio, con un retablo con destino a la imagen de Nuestra Señora del Rosario. Así, en 1897 el cura “(...) aprovechando una ocasión muy oportuna de unas reñidas elecciones para Diputados a Cortes en que cada voto se cotizaba en esta Merindad a 600 y hasta 700 reales”, hace una suscripción y el resto lo pone el Ayuntamiento. Se construye un retablo sin pintura ni doraduras. Lo pintará Don Gabriel de Toina.
El tercero de ellos se realiza en 1901, la pintura la efectúa Don Pascual de Burgada de Durango.
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