Con el tiempo, el monopolio que los ayuntamientos ejercían sobre la apertura de tabernas fue cediendo, debido en parte a las nuevas condiciones económicas y políticas en nuestro territorio. Poco a poco van desapareciendo las aduanas entre las anteiglesias y las villas. Se liberaliza la economía y ello incluye la comercialización de bebidas alcohólicas. En consecuencia, la red de tabernas sufrirá una transformación y surgirán tabernas particulares por toda la geografía de la comarca. En el número 32, otoño de 2010, de la revista Urremendi, Alberto Zarrabeitia Bengoa -Gernikazarra Historia Taldea- ha escrito un artículo titulado Tabernas Municipales y particulares en el siglo XX. En él nos hemos basado para preparar este apartado.
Bien entrados en el siglo XX proliferaron las tabernas en los enclaves rurales. Los efectos destructores del bombardeo de Gernika también debieron de influir en este aumento de establecimiento en los pueblos de alrededor. Al quedar destruido el centro urbano y comercial de referencia de la comarca, la red de abastecimiento se transformó y se hizo más cercana con la aparición de estas tabernas y abacerías diarias de avituallamiento de los y las vecinos.
En los años de posguerra y hacia la década de 1950 hubo tabernas en diversos puntos de la comarca.
La mayoría de las tabernas cumplían también funciones de tienda o abacería que también estaban sujetas a arriendo en pública subasta y los productos que se expendían en ellas estaban sujetas a arbitrios (sobre todo de aguardientes, aceite u bacalao).
Por mencionar algunos de estos establecimientos tenemos abacerías instaladas en Busturia desde el siglo XVIII. Concretamente dos, una en el barrio de Altamira y otra en Axpe. En Ibarrangelu y Elantxobe hay ingresos en las arcas municipales por arriendo de abacerías desde 1734. En estas mismas localidades, anterior a 1792, disponían de abacerías en Ibaeta y Elantxobe, pero el aumento de la población favoreció la creación de una nueva para dar respuesta a la creciente demanda.
En los años de la posguerra surgen tiendas de este género en zonas rurales que se conocen por estancos. En Nabarniz había uno a la entrada del barrio Eleizalde. En Errigoiti el estanco Zelaia que estaba en la misma plaza de la villa antes de la guerra, y que al final de ésta hubo de trasladar su negocio al barrio de Olabarri. De estanco disponían también en el barrio Areatza de Muxika y en Zugaztieta a cargo de Tomás Baraiazarra. En Kanala había una tienda-estanco en el caserio Ibaeta. Otras abacerías de la época: en Ereño la de Mentxaka en Eleizalde y la de José Ugarriza. En el Kurtzero de Muxika la tienda de Venta-Barri de Genara. En Islas, en el caserío Uribitarte. En Zendokiz la tienda de Txope-Benta. Y en Gautegiz Arteaga la de Julia, junto a la plaza.
Los fielatos eran una especie de aduana que se situaba, por definición, en los límites de las anteiglesias o villas o en su caso a la entrada del núcleo poblacional. En dicho local se realizaba el pago de sisas y tributos por el acarreo y compraventa de bienes de consumo.
La denominación de fielato le viene directamente del nombre que se designaba en las anteiglesias a los cargos municipales responsables de la administración del erario público: los Fieles Regidores. Estos disponían de un local para el control de las mercancías sujetas a impuestos y en consecuencia la casa, la taberna, o el local tomaba por derivación el nombre del fielato. Algunos de estos fielatos se han mantenido hasta los tiempos recientes bien entrado el siglo XX. Tenemos un fielato en Arratzu en la taberna de Olesko, haciendo frontera con Ajangiz, fundado en los años previos a la Guerra Civil. El de Taberna-Berri, cuyo edificio aún se mantiene en pie junto al puente del río Golako. El fielato de la taberna de Barrutia, entre Arratzu y Kortezubi. Y el fielato de Rentería en los límites entre Ajangiz y Gernika-Lumo. Este fielato estaba junto a la taberna de Goiritxu y allí se situaba el Fiel para cobrar los tributos, junto a una verja y una cadena que hacían las veces de barrera aduanera. Incluso la casa adyacente tomó por derivación el nombre de “Kateko”, la casa de la cadena. En la frontera entre Ajangiz y Mendata tenemos otro fielato en el caserío Taberna de Marmiz.
En Muxika tenemos tres fielatos en los extremos de su territorio. Uno en el barrio de Urrutxua que hace frontera con Mendata. El Fielato estaba situado en la taberna de Tabernazar y allí mismo se controlaba el género que llegaba principalmente de Durango. El otro fielato se ubicaba en el barrio Kurtzero en la taberna Taberna-Barri. El tercero se ubicaba en Zugaztieta, generalmente en la taberna de Pontxio. En el límite entre Forua y Gernika-Lumo nos quedan restos de otros fielatos propiedad de Forua. Concretamente en las ruinas de una casa situada justo frente al actual asador de Landaverde.
En Errigoiti el Fiel responsable de estas tareas no tenía un local fijo para estas labores y ejercía sus funciones en el mismo límite entere Errigoiti y Gernika-Lumo, en la carretera que conecta ambas poblaciones y justo al lado del caserío Marraka.
Los fielatos también han dejado huella en la toponimia de nuestra comarca. En Bermeo tenemos la Plazuela del Fielato. Esta plazuela está situada junto a una de los antiguos portales de entrada al casco histórico de la villa de Bermeo y toma su nombre de la oficina del Fiel Regidor sita en el mismo lugar. Está plazuela es también conocida popularmente como de los “burros”, pues la mayoría de los lugareños que acudían a dicho lugar para hacer efectivos los pagos llegaban en burro, ocupando con estos animales prácticamente toda la calle.
Estas tabernas eran prácticamente el único lugar de encuentro y ocio de los vecinos de estas barridas. Allí se juntaban para hablar, jugar a cartas, celebrar sus fiestas, etc. Los mostradores estaban siempre presididos por grandes saragis (pellejos de vino), dispuestos a ser vaciados en sucesivas e infinitas rondas, a la que mutuamente se invitaban los lugareños en un ambiente muy familiar.
Con tal trasiego no era de extrañar que en ocasiones las libaciones hicieran algunos estragos en la clientela y los ánimos se exaltaran. Hasta tal punto llegaron los alborotos que en algunas ocasiones se llegó a prohibir los juegos de naipes, dados, bolos y de cualquier índole en estos establecimientos (según una ordenanza del Señorío de 1774), pues eran uno de los motivos que con mayor frecuencia provocaban pendencias entre la clientela.
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