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El mar tuvo una importancia capital en la vida de todos los vascos y vascas. El medio marino además de generar gran cantidad y variedad de recursos, ha sido una vía de transporte de mercancías importante. Así mismo, fue entorno muy peligroso, tanto por las galernas como por los corsarios o los barcos enemigos. Así pues, no había otra que otear atentamente el horizonte. Para informar inmediatamente de lo observado surgieron las atalayas y señeros. En Busturialdea existieron 9 en total, repartidos de la siguiente manera: Bermeo (4), Ea (1), Elantxobe (2) –antiguamente perteneciente al término municipal de Ibarrangelu- y Mundaka (2). Aún quedan algunos restos de ellos. Para preparar este apartado nos hemos basado en la publicación de Xabier Alberdi y Jesús Manuel Pérez titulada Los ojos del mar. Atalayas y Señeros del País Vasco.

Desde la Edad Media, como mínimo, el mar ejerció un papel fundamental en las vidas de todos los vascos. El mar era el medio que permitía la llegada de alimentos (cereales, legumbres, etc.) desde el extranjero, el que facilitaba las exportaciones de las principales industrias (ferrerías, astilleros, etc) y el que procuraba el aumento de las riquezas del país, aportadas por quienes comerciaban con América y los países europeos o, algo, muy a tener en cuenta, las que procuraban las pesquerías de ballenas y bacalaos en aguas de Terranova y del Ártico.

El mar podía ser, al mismo tiempo, la vía de llegada de desastres, tanto naturales, en forma de tempestades y galernas, como antrópicos (ataques de corsarios y escuadras enemigas, invasiones, etc.), para cuya prevención eran precisos estos ojos continuamente puestos sobre el horizonte.

En un mundo en el que los distintos puertos –o incluso los marineros de una misma localidad- se disputaban las capturas de mamíferos marinos como las ballenas y de peces y competían por tratar de atraer la mayor cantidad posible del tráfico naval que discurría por nuestras costas, era capital la disposición de atalayas situadas en puntos destacados de la costa, que gozaran de amplia visibilidad y dieran noticia de la presencia de posibles capturas y de barcos que llegaban con mercancías. Al mismo tiempo, se debía evitar que los/las vecinos/as de los puertos más inmediatos accedieran a estas noticias. Así es como se hizo fundamental entre atalayeros y señeros el juego del "ver y no ser vistos". Por esa sola y exclusiva razón cada localidad de la costa diseñó y aplicó toda una estrategia para la obtención y gestión de esta información. De esa política de comunicaciones nace la existencia de varios emplazamientos atalayeros en una misma localidad, destinados a funciones específicas y a transmitir de unos a otros las noticias pero evitando que caigan en manos de los/las habitantes de las localidades vecinas.

Esquema de una atalaya, en el siglo XVI.
Esquema de una atalaya, en el siglo
XVI.

La función principal de una atalaya era la observación y la transmisión de noticias sensibles, capitales para la supervivencia económica de cada una de las comunidades que habían erigido y mantenía esas instalaciones: la presencia de posibles capturas (ballenas y bancos de peces) o de barcos mercantes, que precisaban ser remolcados o atoados a su puerto de destino, la existencia de peligros naturales o antrópicos, la cuantificación y control del tráfico naval de otros puertos rivales, etc. Los puestos de señeros, en cambio, estaban destinados, casi exclusivamente, a transmitir señales de posibles peligros y del estado de la mar en las frecuentemente problemáticas embocaduras de muchos de los puertos vascos..

Desde el punto de vista constructivo, en contraste con su importante función, las atalayas y puestos de señeros eran infraestructuras muy sencillas. En muchas ocasiones se aprovechaba la existencia de otras construcciones (ermitas, caseríos, fortificaciones,...) para que, además de sus funciones específicas, ejercieran las propias de las atalayas. En otras se buscaban puntos destacados del paisaje, como prominencias y afloramientos rocosos, para que hicieran esa función de observatorio y sólo se les añadía una sencilla caseta o chabola, en muchas ocasiones toda ella construida en madera, para refugio del atalayero. En los casos en que, además de esos sencillos refugios, se construían infraestructuras algo más complejas destinadas a observatorios se optaba por construcciones pequeñas en forma tanto de torres circulares como de balconadas o miradores semicirculares. Sólo a partir del siglo XIX se construyeron atalayas que aglutinaban en un mismo edificio el observatorio y el refugio de los atalayeros.

Vista de las embocaduras de los puertos orientales de Bizkaia y de parte de los de Cantabria desde Matxitxako (Bermeo).
Vista de las embocaduras de los puertos
orientales de Bizkaia y de parte de los de
Cantabria desde Matxitxako (Bermeo).

La radical disminución del papel ejercido durante siglos por el mar en la vida de los habitantes del País Vasco, motivada, principalmente, por los avances habidos en los medios de transporte terrestres y aéreos, acarreó la progresiva disminución de las funciones de las atalayas, hasta que quedaron en desuso a raíz del enorme desarrollo de las telecomunicaciones desplegadas desde mediados del siglo XX. El abandono y el carácter modesto de sus instalaciones han motivado en muchos casos la pérdida de sus ruinas y restos, y que así una gran parte de estas instalaciones, en otro tiempo vitales, hayan caído hoy en el olvido.

Las atalayas a lo largo de la historia marítima del País Vasco

La evolución experimentada por la dilatada historia marítima vasca y las enormes diferencias con las que se ha desarrollado entre las distintas localidades de esta costa, han motivado la variación de las funciones de la ubicación y de las características constructivas de cada una de las atalayas de las que se tiene noticia.

El ser humano prehistórico que por primera vez se aventuró a navegar para explotar los recursos pesqueros inmediatos a la costa, otearía el horizonte a la búsqueda de bancos de peces o a fin de intuir los cambios de tiempo que podrían acarrear el desastre a esas primitivas, y limitadas, expediciones pesqueras.

Con la llegada de Roma a territorio vasco, probablemente, por primera vez se establecieron rutas marítimas estables que comunicaban los puertos de esta costa entre ellos y con el resto de los de la cada vez más extensa red imperial. Sabemos que la administración de Roma dotó a las rutas marítimas bajo su dominio de grandes faros que facilitaran la navegación. Así las cosas no sería descabellado pensar que, a escala local, los asentamientos poblacionales del litoral vasco integrados en el imperio dispusieran ya de emplazamientos usados como atalayas o puntos de observación.

Lo indicios a ese respecto son mucho más claros en época altomedieval, cuando el imperio romano va retrayéndose poco a poco de nuestro territorio o es superado y asimilado por la llegada de los llamados "pueblos bárbaros": las comunidades asentadas en la costa vasca se especializaron en la caza de la ballena, para la que es imprescindible el apoyo de las atalayas.

Vista de Izaro y de cabo Ogoño desde Talea de Bermeo
Vista de Izaro y de cabo Ogoño desde Talea
de Bermeo.

La caza de la ballena, junto con el cada vez más importante comercio y transporte marítimo, fue, en efecto, una de las principales actividades marítimas que motivaron el crecimiento económico de la costa vasca entre el siglo X y el XV. Este auge, a su vez, fue una de las causas primordiales que llevaron a la fundación –con éxito- de diversas villas en el litoral vasco a partir de fines del siglo XII.

Las primeras referencias documentales a la caza de la ballena en el Hego Euskal Herria se sitúan en 1200 en Mutriku. En cuanto a las atalayas la primera cita se fecha en 1310 cuando se alude a la parroquia de Santa María de la Atalaya, en Bermeo. Otras anteiglesias de Bizkaia figuran como propietarias de las atalayas, como, por ejemplo, la anteiglesia de Ibarrangelu propietaria de la atalaya de Ogoño, y bajo su responsabilidad quedaba el mantenimiento, mejora y gestión de las atalayas de su propiedad.

En otros casos la gestión de estas instalaciones correría a cargo de las cofradías de mareantes de cada localidad, tal y como sucede con las atalaya de Mundaka.

Por último, se documentan otros casos de atalayas que no son gestionados ni por los concejos ni por las cofradías. Es el caso de la situada en la isla de Izaro (Bermeo), atendida por los religiosos de la comunidad franciscana del pequeño convento que existía en ella, de la de Matxitxako (Bermeo), cuidada y administrada durante el siglo XIX por el Servicio de Reconocimiento de Buques del Señorío.

Entre los siglos XVI y XVIII, además de satisfacer las necesidades de los pescadores locales, las atalayas constituyeron una infraestructura fundamental para la gestión del tráfico comercial de los puertos de la costa vasca. Bien es cierto que el puerto de Bilbao concentraba la mayor parte del tráfico internacional, pero también lo es que la mayoría de los pequeños puertos de Bizkaia mantenían cierto volumen de este tráfico gracias a las importaciones de productos alimenticios y a la extracción del hierro de las ferrerías. En todos ellos era necesario el apoyo de las atalayas para detectar los mercantes que precisaban ser remolcados o atoados. Este servicio es inestimable para barcos como los de aquellos siglos, de maniobra lenta, pesada y, sobre todo, sujeta a los caprichos de las corrientes de mar y de los vientos que sólo podían evitar gracias a la ayuda de pequeñas embarcaciones experimentadas movidas a remo, capaces de controlar la derrota de los grandes navíos en uno de los momentos más críticos de sus singladuras: a arribar con seguridad a puerto en costas, por lo general, llenas de arrecifes, bajos y otros peligros.

A partir del siglo XIX, con la implantación de la propulsión a hélice gracias a los motores de vapor y de combustión interna, que otorgaban a las tripulaciones un mayor control sobre sus naves, y la concentración del tráfico comercial de Bizkaia casi exclusivamente en el puerto de Bilbao, provocó que la mayoría de las atalayas perdieran esa antigua función comercial. Por supuesto, los pescadores continuaban precisando de las atalayas y de los puestos de señeros, pero, como ocurre en el caso de los navíos mercantes, a raíz de la sustitución de la propulsión a vela y remo, del establecimiento del sistema de faros en la costa, del desarrollo de las telecomunicaciones, aplicadas primero en tierra y después en las propias embarcaciones, y, en suma, del desarrollo de la tecnificación y modernización de los procedimientos de pesca y de navegación, ambas clases de instalaciones de observación y comunicación vieron disminuir progresivamente su importancia. Así, poco a poco, atalayas y puestos de señeros fueron quedando en desuso, siendo abandonadas las últimas de estas infraestructuras hacia mediados del siglo XX.

Vista de cabo Ogoño desde la atalaya de Ea.
Vista de cabo Ogoño desde la atalaya de Ea.

Funciones

Las atalayas y puestos de señeros cumplían diversas funciones, las cuales eran de importancia capital para la economía de la costa vasca en la época de esplendor de esas instalaciones. Algunas de ellas sólo tenían atribuida una labor. Otras, en cambio, aglutinaban varias funciones y servicios a la comunidad o corporación que las mantenía. Dependiendo de ese menor o mayor grado de utilización, cada atalaya o puesto de señeros permaneció en activo durante más o menos siglos.

En primer lugar, las atalayas cumplían la función de asistencia a la navegación, especialmente a las embarcaciones del propio puerto. Este cometido era compartido con los puestos de señeros. Estos últimos se ubicaban en las inmediaciones de las embocaduras de los puertos y su principal misión era guiar a las embarcaciones de las peligrosas maniobras de entrada y salida a los puertos, especialmente arduas, en aquellos ubicados en desembocaduras de los ríos. Lugares que, mayoritariamente, se veían afectados por problemas de escaso calado, consecuencia de la acumulación de sedimentos en el fondo de los estuarios que tomaban la bien conocida forma de barras o bancos de arena. Precisamente el lugar idóneo para que embarrancasen las naves que se acercaban a cada uno de esos diferentes puertos.

En muchas ocasiones las propias atalayas cumplían estas funciones de apoyo a la navegación, oteando el horizonte en previsión de galernas y otros cambios bruscos del tiempo, así como para descubrir la presencia de corsarios o barcos de guerra enemigos.

Durante las décadas iniciales del siglo XX las modernas atalayas fueron dotadas de servicio telefónico para recibir los partes transmitidos desde el observatorio meteorológico instalado en Igeldo.

Vista del puerto desde Talaia Nagusia de Elantxobe, situada al pie del cabo Ogoño.
Vista del puerto desde Talaia Nagusia de
Elantxobe, situada al pie del cabo Ogoño.

En segundo lugar, la función más conocida de las atalayas era la de avisar a los pescadores del puerto de la presencia de bancos de pescado y, especialmente, de ballenas, En ambos casos, pero especialmente en el de la caza de cetáceos, la rapidez era fundamental. Tanto para las propias tareas de captura como para llegar cuanto antes al punto en el que la atalaya había detectado la presencia de ballenas o de bancos de peces. En el caso de la caza de la ballena esta premura era aún más acuciante ya que los pescadores de localidades vecinas y, claro, sus talayeros, podían anticiparse en la detección y captura de presas mucho más visibles y voluminosas que los simples bancos de peces. Para comprender bien la celeridad con la que había que avisar de la presencia de cetáceos, hay que tener en cuenta que el reparto de los beneficios obtenidos entre las embarcaciones que participaban en la captura de las ballenas se hacía en función del orden en que cada una había conseguido clavar sus arpones, correspondiendo una parte sustancial del reparto al primero que conseguía asir al cetáceo. En suma, la labor del atalayero resultaba de gran importancia para conseguir que fuesen los vecinos de su pueblo quienes alcanzasen a las ballenas antes de que lo hicieran los de las localidades del entorno. Teniendo en cuenta esas especiales circunstancias se comprende sin dificultad el afán de cada comunidad del litoral vasco para conseguir que las señales de las atalayas fueran observables únicamente desde sus respectivos puertos.

En tercer lugar otra función estrechamente vinculada con la anterior consistía en detectar la presencia de embarcaciones que pretendían arribar a determinado puerto y que, a tal fin, precisaban ser atoadas o remolcadas. El servicio de atoaje que ofrecían todos los puertos que disfrutaban de tráfico de embarcaciones de cierto porte, era de gran importancia en los siglos en los que la propulsión naval dependía, exclusivamente, de la vela. Para los grandes veleros, carentes de cualquier otra clase de fuerza motriz aparte del viento, las tareas y maniobras de arribada y de partida de los puertos constituían momentos críticos, sumamente peligrosos. Especialmente en momentos de malas condiciones de mar. Al igual que sucedía con la caza de ballenas, las pequeñas embarcaciones de atoaje de puertos vecinos se disputaban el remolque de los mercantes y otras naves como grandes pesqueros o buques de guerra que trataban de arribar a sus costas. Las que primero se acercaban y entablaban conversaciones con los capitanes de esos navíos eran las que obtenían el derecho de su atoaje y acordaban las condiciones –importe del servicio, número de embarcaciones participantes en la operación, etc.-. La rapidez en las maniobras de atoaje resultaba, por tanto, fundamental y mas teniendo en cuenta que quienes atoasen a un barco que arribaba a determinado puerto tenían el derecho exclusivo de volverlo a remolcar cuando saliese, fuesen o no vecinos de ese puerto.

En cuarto lugar, otra función principal ejercida por las atalayas era conocer el tráfico comercial de otros puertos. Las importaciones de comestibles por mar –principalmente cereales y legumbres- destinadas a una tierra poco apta para producir todo lo que se necesitaba para abastecer a su población fueron de capital importancia durante décadas. A lo largo de siglos la mayoría de los puertos de nuestra comarca disfrutaron de un considerable tráfico de embarcaciones extranjeras que acudían a ella cargadas de víveres atraídas por el mercado de unos territorios muy poco aptos para la producción de grandes cosechas de cereales, vino o, entre otros productos alimenticios básicos, aceite.

Vista de la bateria de Mundaka y de la ermita de Santa Catalina.
Vista de la bateria de Mundaka y de la ermita
de Santa Catalina.

Era bastante frecuente que las embarcaciones arribadas a un determinado puerto zarpasen sin haber vendido parte alguna de su carga, ya que los numerosos barcos llevados al mismo lugar provocaban una sobreoferta que, lógicamente, llevaba a la disminución del precio de esas cargas a unos niveles en absoluto rentables para los dueños de las mercancías. Esas peculiares circunstancias de mercado creaban otra oportunidad de negocio para las embarcaciones que dependían de la buena marcha de las atalayas: muchos capitanes, responsables ante sus armadores, o los dueños de la carga que transportaban de obtener el máximo beneficio posible en su venta, decidían remitir desde los puertos saturados de mercancía parte de su cargamento en chalupas y otras pequeñas embarcaciones a otros puertos con la esperanza de hallar en ellos mercados peor abastecidos y por tanto obligados a comprar a precios mas rentables para los propietarios de la carga.

Ubicación

Era de carácter vital seleccionar la ubicación más adecuada posible para que las atalayas y los puestos señeros cumplieran correctamente sus funciones. Una posición atalayera óptima debía cumplir con los siguientes requisitos:

1) Amplia visibilidad que se extienda sobre la mayor parte posible de embocaduras de puertos de la costa y a poder ser, sobre las señales de las atalayas de localidades más cercanas.

2) Evitar en lo posible que las señales emitidas sean visibles desde las atalayas o, cuando menos, desde los puertos de las localidades más inmediatas.

3) Procurar que la transmisión de las señales a la localidad a la que pertenece sea realizada con toda la rapidez posible.

Evidentemente, es muy difícil, por no decir imposible, que una misma atalaya cumpliera con todos estos requisitos aunque observando la ubicación de las que se pueden documentar se comprueba que siempre se situaron en la mejor disposición que podían ofrecer las características del entorno. Por supuesto, algunas atalayas conjugan mejor que otras los citados requisitos, en función de las características geomorfológicas del entorno en que se ubica el puerto y de su posición geográfica. De todas maneras, a fin de aunar en lo posible estos requisitos, la mayoría de las localidades procedieron a diseñar sistemas que estuvieran integrados por varias atalayas y puestos señeros, destinando a cada uno de esos elementos el cumplimiento de funciones específicas del objetivo general de "ver y no ser vistos".

En otros casos, a fin de potenciar las actividades económicas que se desarrollaban en sus puertos, las poblaciones del litoral vasco procuraron diseñar sistemas atalayeros que permitieran obtener la máxima cantidad de información posible evitando que otras localidades del entorno se beneficiaran de la misma. Bermeo, por ejemplo, contaba con una red de instalaciones atalayeras, dispuestas en Matxitxako, Izaro, Talaia (Talea) y Talagutxia, que respondía a esas características. La primera de ellas, la del cabo Matxitxako, gozaba de una de los mas privilegiados campos visuales de los que podía disfrutar cualquiera de las atalayas diseminadas por todo el litoral vasco. Desde ella se alcanzaba a observar las embocaduras de todos los puertos ubicados entre Cantabria y el cabo Higuer. A su vez el cabo Matxitxako limitaba hacia occidente el campo visual que disfrutaba la atalaya de Ogoño, situada en Ibarrangelu, cuyos vecinos competían con los bermeotarras por el control de la pesca, caza de ballenas y el tráfico marítimo de ese sector del litoral vasco. Esta limitación del campo visual de la atalaya de Ogoño constituía, obviamente una enorme ventaja para los vecinos de Bermeo, que, a su vez disponían también de puntual noticia sobre todo lo que ocurría en el mar situado hacia oriente del cabo Ogoño gracias al puesto atalayero de la isla de Izaro. La información transmitida desde Matxitxako e Izaro era remitida y retransmitida al puerto de Bermeo desde las atalayas de Talaia -situada en el actual barrio de Talea- y Talagutxia –ubicada sobre el puerto de esa localidad. Las señales de estas dos atalayas no eran visibles, además, mientras que las emitidas por los atalayeros de esta última localidad si los eran desde Izaro.

Ermita de la Atalaya de Ea.
Ermita de la Atalaya de Ea.

Aquellas localidades que por su posición geográfica se veían privadas de un amplio campo visual o se hallaban a merced de la competencia ejercida por un poderoso puerto vecino procedían a situar sus atalayas en posiciones desde las que se podían "espiar" las noticias emitidas desde las atalayas de los vecinos más favorecidos, escondiendo al mismo tiempo las suyas a su campo de visión. Ese era el caso de la atalaya de Talako Ermitea de Ea, desde la que se observaba, mejor o peor, las señales emitidas desde la atalaya de Ogoño (Ibarrangelu), sin que desde esta última se aprecien las señales de la anterior.

Tipología y características constructivas

Desde el punto de vista constructivo también se observan una gran variedad, que conviene destacar, en las distintas edificaciones que podían componer una red atalayera, resultado de la compleja y larga evolución histórica de estas infraestructuras.

Haciendo un repaso por las características constructivas que actualmente presentan las atalayas podemos hacernos una idea de su evolución, desde sus modestos orígenes como simples puestos prominentes de la costa que abarcan un gran campo visual, hasta los imponentes edificios de hormigón construidos en el siglo XX a manera de observatorios marítimos. Se puede así establecer una interesante tipología de los emplazamientos atalayeros en función de sus características constructivas divididas, a grandes rasgos, en cuatro grandes grupos:

1) Prominencias naturales usadas como atalayas.
Se trata de afloramientos rocosos y otros elementos geomorfológicos destacados que han sido aprovechados como establecimientos atalayeros. Constituyen atalayas naturales que apenas precisan de mejoras para que cumplan las funciones para las que han sido seleccionados. Por ejemplo, la atalaya de Ogoño (Ibarrangelu) y la Talea de Mundaka (Mundaka).

Estos afloramientos y prominencias aparecen en ocasiones acondicionados para que cumplan mejor su cometido.

Una de las modificaciones más habituales en esta clase de atalayas naturales es la edificación de refugios para los atalayeros en las cercanías de las mismas. Se trata, por lo general, de construcciones efímeras, como cabañas o cobertizos de madera. Apenas son perceptibles en la actualidad vestigios de estas cabañas salvo algún resto de su cimentación.

Reproducción de una atalaya, en el sigo XIX.
Reproducción de una atalaya,
en el sigo XIX.

2) Aprovechamiento de otras construcciones para las funciones de atalaya. Las infraestructuras necesarias para la instalación de una atalaya eran muy sencillas. Este hecho ha facilitado que durante siglos se hayan usado otras infraestructuras (caseríos, templos y fortificaciones) para cubrir las necesidades de los atalayeros, especialmente de refugio frente a las inclemencias meteorológicas. No es tarea fácil en todos los casos establecer si el uso de los emplazamientos atalayeros es anterior a la construcción de estas infraestructuras, o si la selección de los emplazamientos atalayeros se hizo como consecuencia de la existencia previa de estas construcciones que podían servir para facilitar las tareas del atalayero o por otras razones distintas.

El caso más frecuente de aprovechamiento de otras construcciones para las funciones de atalaya es el que implica la asociación de estas instalaciones con edificios de carácter religioso. Por ejemplo: el convento de Izaro y Santa María de la Atalaya, ambas en Bermeo, Talako Ermitea (Ea) y Santa Catalina (Mundaka).

Pero, ¿cual de ambas funciones, la religiosa o la de puesto de observación del mar, fue primero? Seguramente la función de atalaya sería anterior a los edificios religiosos anexas a ellas. Es lo que se puede deducir por ejemplo de la denominación de la antigua parroquia de Bermeo: Santa María de la Atalaya, ya citada en 1310.

De la misma manera podemos afirmar que la de Santa Catalina de Mundaka fue primero atalaya y luego centro religioso.

Probablemente, estos emplazamientos fueron convertidos en espacios sacralizados también con posterioridad a su uso como atalaya. La transformación de estos espacios en lugares de culto puede deberse a varias causas. En primer lugar podría destacarse la sacralización del espacio mediante el establecimiento de algún elemento de carácter sagrado a fin de que sirva de referencia visual a los trabajadores del mar. En segundo lugar, la construcción de un edificio religioso, una ermita en la mayoría de las ocasiones, ha constituido durante siglos un procedimiento muy efectivo para atender correctamente, y a bajo costo, las funciones de las atalayas. Efectivamente, consta que muchas de las atalayas que contaban con un edifico religioso cercano eran atendidas por los religiosos vinculados a dichos templos. Por ejemplo, en Izaro miembros de la comunidad religiosa asentada en su convento eran quienes ejercían las funciones atalayeras.

Como tercera y última causa de esa sacralización del terreno y las instalaciones dedicadas a las atalayas, hay que tener en cuenta la devoción de los pescadores y marineros locales. Obligados a ganarse la vida en un medio inestable y peligroso durante siglos, los trabajadores del mar han procurado la protección de la Virgen María y de santos que, por diversas razones, han contado con una especial devoción entre ellos. Siendo las atalayas y puestos señeros unas infraestructuras estrechamente vinculadas con la seguridad y el bienestar de los marineros no es de extrañar que muchas de ellas hayan sido sacralizadas en un afán de incrementar aún mas su influjo protector.

Atalaya de Matxitxako
Atalaya de Matxitxako.

3) Templos que aglutinan espacios dedicados al culto y a atalaya.
Muy vinculados con las atalayas que cuentan en su inmediaciones con un edificio religioso, cabe destacar otro tipo de conjuntos en los que se integran en un mismo recinto una parte destinada al culto y otra dedicada a realizar las funciones de atalaya. No son muchos los edificios de este tipo, pero cabe citarlos por su singularidad. En Busturialdea tenemos el caso de Talako Ermitea o ermita de Nuestra Señora de la Concepción de Ea. Es una sencilla ermita con un atrio construido a sus pies, desde el que se accede al edificio y que, a mismo tiempo, cumple las funciones de atalaya. Atrios como éste constituyen, en efecto, un observatorio sirviendo la estructura también como caseta de refugio para los atalayeros. En este caso, el atrio se abre al norte y para protegerse de las inclemencias cuenta con un antepecho bajo. Con el mismo fin protector el muro del oeste es ciego. En su interior cuenta con bancadas de fábrica de piedra ambos lados de la puerta de entrada a la zona de culto, para acomodo tanto del atalayero como de los fieles que acudían a la ermita.

4) Atalayas de fábrica.
Muchas atalayas fueron dotadas de construcciones específica y exclusivamente destinadas para la realización de sus funciones. Estas construcciones se pueden clasificar a grandes rasgos en tres conjuntos: atalayas en forma de torre circular con caseta de atalayero anexo, atalayas en forma de balconadas con caseta de atalayero anexa y edificios que aglutinan a espacios destinados a la atalaya y a refugio del atalayero.

Las atalayas en forma de torre circular son las más antiguas de todas estas edificaciones.

Algunas de estas torres estaban dotadas de pequeños hornos o fogones para emitir señales de humo o de campanas con las que poder enviar señales acústicas. Se sabe que en origen eran sencillas infraestructuras de madera, que posteriormente –por lo general durante el siglo XIX- fueron sustituidas por otras de fábrica de cal y canto.

Durante el siglo XIX se construyeron edificios que aunaban espacios destinados a observatorio con otros que servían para habitación del atalayero, En principio eran sencillas construcciones de cal y canto con amplios ventanales que dominaban el mar. Ya en el siglo XX, las características constructivas de estos edificios mejoran algo más, tratando de imitar a verdaderos observatorios. Es el caso de la atalaya de Talaia de Matxitxako (Bermeo).

Por otro lado, también existieron estas dos siguientes atalayas, pero, que debido a la falta de información, no han podido ser clasificadas Talagutxia (barrio Matxitxako, Bermeo) y Talaia Nagusia (Casco Histórico, Elantxobe).

Para ir acabando comentar que en la publicación de Xabier Alberdi y Jesús Manuel Pérez titulado Los ojos del mar. Atalaya y Señeros del País Vasco aparece recogida mucha más información sobre el resto de atalayas y señeros de Bizkaia y de todos los de Gipuzkoa. Es, por tanto, una referencia imprescindible para toda aquella persona que quiera conocer más sobre la relación entre la tierra y el mar.

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